El proceso de domesticación impone la “selección humana o cultural” por sobre “la natural”. Sus resultados han sido llamados “progreso” y “evolución cultural”: el “éxito” de la especie. Pero también la ruina de otras especies y otras versiones de lo humano. Ahora lo vemos obrando en la raíces de nuestro propio malestar.
Aunque tal vez desde el punto de vista de la ciencia no resulte inteligible aún, produzco el concepto de desdomesticación para designar no tanto una vuelta (improbable) a la naturaleza sino una necesaria “deculturación parcial”: la pérdida de la adicción al dominio. Algo probable si empezamos a desbaratar el “miedo al otro” y nuestro “terror epistemológico”. Deseo libertario, acto poético o complejo de actos poéticos del viviente, humano o no. Como sea es algo incierto pero posible. Entonces desdomesticación surge como un requerimiento de orden práctico y teórico a la vez, apenas balbuceado aquí, y “Desdomesticados” es el nombre que elegí para designar esta serie pictórica.
"Desdomesticar" o "desdomesticarse" conllevaría renunciar a la ley paterna abusiva, al orden o mandato del “domus” de un “deber ser” y al malestar sembrado en su nombre. En búsqueda de una ley fraterna que no se cierna a mezquinos lazos de consaguinidad (probablemente condenados a repetir una historia trágica), sino que se extienda al resto del ecosistema planetario. Una ley que no necesita ser dictada sino entendida y observada: “la pauta que conecta lo viviente” de Bateson, que tantos pueblos tomaron en cuenta con su propia idea de lo sagrado.
En este primer corte de “Desdomesticados” los perros son sobrevivientes en una escena post-cultural, apocalíptica. Una posibilidad entre las infinitas no pintadas.
"Desdomesticados" es una historia de pérdida de la domesticación o pérdida del amo. Se trata de estos perros y de nosotros, de todo lo viviente (Creatura) y de aquel trasfondo inerte del universo (Pleroma) desde donde venimos. No estamos programados para ver que no vemos (Cultura).
Un ojo solo en el Caos desespera pero no pierde la fe, es el poeta que está solo. Un día el ojo se asocia con otros, se hace mirada cree y crea, focaliza el orgullo y egocentrismo y descubre su pudor por tantos malos hábitos. Otro buen día abandona la idea del control, el peor de todos ellos. El mundo cambia sorpresivamente, estamos más cerca de otras existencias sin dejar de ser nosotros. Curiosamente ya no estamos solos. Es la manera natural y menos dolosa de ahuyentar la muerte y la extinción, su forma extrema. Una única pauta conectó y conecta lo viviente pero nuestra errada y triunfalista estética la ignora.
No hay un salvador ni una ética de la salvación que verdaderamente salve sin una estética del cambio que verdaderamente surja. De ese deseo trata esta historia:
Súbitamente los perros salen a tu encuentro, sin collares irán lejos a buscar lo que vendrá y apenas vislumbramos. Desdomesticados, huyendo de la resurrección incesante de nuestros errores morirán algunos en el camino, otros observarán impotentes como Mantis fagocita a Diablito, no cavarán tumbas para sus pares, esperarán infructuosamente a un amo que nunca vendrá. Harán combustión. Volverán al mar o intentaran conquistar el aire con pequeñas, precarias alas. La mayoría seguirá un camino sin refugios. Hurgarán la tierra despojada y el cielo atormentado de fantasmas ajenos.
Son los testigos, mestizos, mudos, inocentes de nuestra probable extinción. Pero afortunadamente ciertos humanos marchan con ellos sin reclamar otro privilegio.