Creo en la crítica pero no siempre en los críticos, especialmente cuando suponen encarnar una mediación imprescindible a lo que debe realizarse íntimamente entre artista y público. Su papel en la validación de obras de arte suele formar parte de un circuito que impone el interés comercial por sobre todo lo demás.
Creo en la crítica como palabra de devolución y de interpretación, cuando la reflexión no pontifica sobre lo bueno y lo malo, lo bello y lo no bello, lo verdadero y lo falso en materia de arte que -después de todo- “…es el reino de la preferencia”.
Los textos reveladores (sin importar su extensión) en ocasiones provienen de críticos profesionales, historiadores, maestros de la plástica y estudiosos, pero también de la más diáfana mirada del público. Agradezco a cada uno de quienes se detienen a predicar sobre mi quehacer plástico independientemente de su procedencia y contenido del juicio. Toda devolución bien intencionada estimula a seguir adelante.
Marcelo Rizzo
Miguel Alzugaray - La Plata, 1998
María de las Mercedes Reitano - La Plata, 1999
Jorge Héctor Paladini - La Plata, marzo 1999
Alessandro Kokocinski - Tuscania, Italia, octobre 2008
Marcelo Rizzo que lleva, relativamente, un breve período de pintor, es un ejemplo cabal de aquella lógica como es la de una historia personal que ha avasallado su primera etapa pictórica, justamente por esa marcadora experiencia antropológica que tiñe su obra. Una composición por momentos abigarrada que no obstante ello posee lectura y definición revela su oficio en el armado y manejo del color, produciendo una impactante imagen. Corto pero fructífero camino el de este promisorio pintor.
MIGUEL ALZUGARAY 1998
Con singular agudeza la obra de Marcelo Rizzo describe paisajes exóticos y mundos introspectivos. Con impecable y atractiva factura los rasgos estilísticos deambulan desde el hiperrealismo a la abstracción gestual. Poseedor de la magia de la creación su profundo aporte es significativamente pertinente al arte de nuestros días.
María de las Mercedes Reitano, 1999
Marcelo Rizzo y su indagar entre la ciencia y el misterio
En la Sala “C” del centro Cultural "Islas Malvinas" expone trabajos el artista MARCELO RIZZO.
Formado como Antropólogo cultural en nuestra Facultad de Ciencias Naturales, y alumno de Raúl Moneta, que lo inició en la pintura, RIZZO cumple su fecunda búsqueda en un territorio en el que la ciencia y la plástica tocan sus lindes. Del misterio de una, que sondea las raíces de lo humano y su cultura, penetra libremente en la otra, y su pintura recorre una senda de notable libertad. Un colorido que nos sume en atmósferas conmovedoras, que semeja tornar del ayer más lejano. Los signos que sabe situar con equilibrada maestría evocan ritos pretéritos. RIZZO alza una obra de conmovedor encanto y, a veces, de sobrecogedora fuerza mágica.
También sabe recorrer la milenaria ruta que nos conduce al hoy al encerrar en sus imágenes alusiones al tiempo que comparte con todos nosotros, este presente al que entrega su labor y su fe. Sin dejar sus alusiones antiguas, a las que dota de nuevo y renovado significado. En prueba de ello allí esta su magnifica "Fossilea". grafismo que regresa a las primeras manifestaciones del arte aborigen en ese animal estilizado, y en las huellas de una mano que RIZZO, en su ritual, parece haber recuperado de un ayer en el que solo existían las estaciones, cuando los días aun no tenían nombres.
Esta elección no va en desmedro de otras obras que dan a ésta muestra un nivel conmovedor que nos atrae - por cierto- con su carga de conjuro y belleza.
RIZZO nos aguarda con su lección en el Centro "Islas Malvinas", de calle 19 esquina 51 de nuestra ciudad...
JORGE HÉCTOR PALADINI
La Plata, Marzo de 1999
Presentación de la Muestra “Perder la presa”, Mumart 2008
Cómo hace un pintor para presentar a otro pintor?
Mi pensamiento se realiza a través de la disciplina pictórica que es la expresión absoluta de mi ser. A veces temo que podría degradar con palabras nuestro oficio perdido tal vez en un mar de conceptos. Sin embargo quisiera dar testimonio, así, en absoluta simplicidad, del sentimiento de emoción profunda que acompaña este diálogo con un artista tan lejano en la geografía como cercano a mi pensamiento y afecto.
Me permito una reflexión de pintor para dar cuenta de la imagen de mi colega y amigo platense:
Se dice que el arte es universal, y que no puede pertenecer ni a unos ni a otros. Pienso que la obra de arte solo es creación de su autor pero pertenece a quien sabe evocarla, reconocerla e imaginarla. Vivimos en medio del asedio del utilitarismo que cierra las ventanas de la mente y el corazón. Por eso debemos saber vivir el arte en su ética, en las muchas formas de belleza que el ideal artístico asume. Una parte de la sociedad persigue sólo la exterioridad para satisfacer sus innumerables pretensiones; ofuscando y confundiendo la unidad espiritual que es fe en “la vida que crea”. El espíritu genial de la creatividad es la comunión entre el hombre y su índole natural, su deseo de volar hacia el cielo sobre las alas del arte. Esto no se consigue sin lucha, y este espíritu de lucha también pertenece a la creación artística.
La vocación poética no siempre es considerada indispensable a los fines de la supervivencia. Pero a diferencia de las demás criaturas, el hombre necesita de ella para soñar y obrar, más allá del mero sobrevivir.
Con esta disciplina el artista realiza su dignidad de hombre. Cómo obra la pintura? Lo hace despertando una visión: una particularísima armonía de colores y formas que crea una apariencia similar a la realidad, como si fuese otra forma de vida.
Marcelo Rizzo ha demostrado largamente determinación y talento para obrar así. Su fuerza expresiva y búsqueda solitaria quedan plasmadas en una pintura protagonizada por el trabajo cromático y la textura. Listo para recibir estados de ánimo, vibraciones poéticas que enciende y extingue su color deriva en transformaciones que, paso a paso, revelan luces y tinieblas en una arquitectura de lo próximo y lo distante. Horizonte y profundidad; lo pleno y lo vacuo. Rizzo convierte cada lienzo en un territorio mágico. Un territorio que ofrece a cada visión los misteriosos laberintos de un espíritu cedido a la creación.
A Marcelo deseo un largo viático de vida y de arte sin alejarse de si mismo.
Alessandro Kokocinski
Tuscania, Italia, octobre 2008.
En 2006 Marcelo Rizzo creó un retrato que consagra dignamente el vigésimo quinto aniversario de la muerte del gran cantante de ópera Domenico Romeo Morisani, nacido en Gravina di Puglia de antigua y noble familia calabresa. El retrato de Morisani encaja de una manera muy particular en la compleja y vasta trayectoria de Marcelo Rizzo, un artista extremamente singular que proviene de una formación científica como antropólogo y que, a lo largo de los años, ha ampliado su horizonte creativo en una perspectiva que supera el dilema arte-ciencia teniendo en cuenta lo científico en una concepción del arte que lo incluye, así resuelve aspectos distintos y complementarios en una mirada pictórica única. En el retrato del maestro Morisani esta esencia se pone en práctica por medio de una extrema síntesis: Honrando una antigua tradición, Rizzo ha visto al famoso Basso como un hombre que ha podido exaltar al más alto nivel las cualidades e ideales de la época gracias a su talento excepcional. El físico majestuoso, la concentración romántica de la expresión, la mirada que lo extrae del cuadro mismo en la contemplación de su propia vida son aspectos que se reencuentran sin embargo en esa pose perturbadora de gran seductor, entendida en el sentido más elevado del término, de aquel que atrae con su propia personalidad el aplauso y el entusiasmo de aquellos con los que entra en contacto, a través de sus dotes humanas y artísticas. Las jóvenes que se ciernen en el espacio detrás de él son en contrapunto imágenes del Teatro de la Ópera, cuerpos de mujeres hermosas y fugaces, al mismo tiempo figuras emblemáticas de la Lírica, como un género musical de encanto inmortal, más allá del cual el maestro escudriña con firmeza e inquietud el destino por venir.
La fuerte tensión que atraviesa toda la obra de Marcelo Rizzo se sintetiza en este cuadro en el ideal que surca los dominios del arte y la ciencia como Logos; esto mismo que lo distingue le permite no caer jamás en lo obvio o lo descontado, e imprime en la tela eso que nos devuelve todo el vigor físico y moral del Gran músico que entusiasmó públicos tan exigentes como los de América Latina sin perder ese equilibrio entre la rigurosa técnica del canto y la vena artística del teatro, que lo han hecho singularmente apreciado a lo largo de su luminosa carrera artística.
Claudio Strinati
Ex superintendente del Polo Museale romano (complejo de museos romanos) (1991-2009), historiador del arte y divulgador mediático, es actualmente director científico de la Fundación Patron Sorgente Group.Conozco a Marcelo Rizzo, desde su adolescencia, cuando miraba con ojos asombrados el mundo que se abría ante su vida. Sin saberlo, tengo la alegría de haberlo despertado (según Marcelo), porque creo que nadie puede dar nada a nadie, si no se posee, y en lo hondo de su ser ya estaba. Después vendrá el juicio, porque de él nadie se salva, pero yo no seré juez, el tiempo todo lo da.
Hoy deseo expresar mi percepción del hecho, que será siempre relativa, pues uno es en millones, aunque millones pueden ser uno. Todo depende de la profundidad, y de la aprehensión del suceso y ello en su esencia esta más allá de todo. El comienzo de Marcelo Rizzo, se da en plena juventud, cuando decidió abandonar su prestigiosa carrera profesional, y dedicarse plenamente a la pintura y fue, se podría decir, de modo tradicional: aprendiendo a ver y a expresar el mundo tangible. Después vendrán sus distintas etapas; una búsqueda pasional y alucinante de su estilo, de su ser en el mundo, llegando últimamente a esta abstracción expresionista fascinante, cuya vitalidad está lograda a través de sus texturas, colores y luminosidad, impreso con esa pasión y entrega que lo caracteriza.
El observador puede percibirlo claramente a través del gesto patético de la materia, y del juego contrapuesto entre luz y sombra, al estilo “caravaggiesco”, lo cual genera ese clima dinámico y elocuente de sus obras, dándole así su propia dimensión plástica.
Lido Iacopetti
La Plata, Primavera de 2012.
La pintura de Marcelo Rizzo
En su taller de Gonnet el pintor despliega telas, prepara colores y comienza la tarea. Prefiere las capas de transparencias y ligeras opacidades al empaste y la textura real; la suya es pintura de caballete, ocasionalmente trabaja en el piso o en una mesa solo cuando el color es extremadamente líquido. La tela es intervenida con variados recursos en una especie de juego circular que llama de azar y necesidad recordando el inspirador título de Monod.
La rueda se inicia con el azar: intervenciones ligadas al Action Painting, Informalismo y Abstracción gestual y se continúa con la necesaria reducción del presunto accidente regulada por lo que “demanda el cuadro”. Una capa sucede a la otra en un número indeterminado de ciclos. Podría decirse que Rizzo intenta el principio bretoniano del “automatismo psíquico puro” - si lo hubiera - pero desdeña la poética del surrealismo pictórico.
Una cantidad de trazos y manchas mutando en una no revelada dirección evocan según el artista la arquitectura de la vida por la Selección natural, pero aquí no sobrevivirá el más fuerte o el más apto sino aquello aceptable para la su subjetividad estética.
La textura física de sus obras resulta generalmente lisa al tacto. El color es yuxtapuesto en capas alternando veladuras y empastes. Le gusta hablar con términos del naturalista que solía ser: Fisuras, afloraciones y valles permiten ver parte de estados anteriores en el plano. Es su primera forma tácita de citar al tiempo.
Sus procedimientos por lo común con acrílicos quedan ocultos al espectador, aunque ya sabemos que no se sujeta a reglas fijas su forma de trabajar la luz y la tensión compositiva roza el barroco. El ansia clasificatoria tienta nominar su arte como una suerte de “post-informalismo neobarroco” pero los “ismos” y la adicción a la novedad, como Rizzo bien supone, desbarataron especialmente en el siglo pasado la poética y el oficio del pintor y sus efectos colaterales llegan hasta nuestros días. Por otra parte toda pintura actual es post-informalista (una verdad de Perogrullo) y la ruptura con lo académico puede asumirse o negarse. Rizzo hace ambas cosas rompiendo deliberadamente el supuesto valor absoluto de la oposición figura-fondo (por lo general organismo-entorno en términos de esa ciencia que no deja de inquietarlo) y rescatando paletas naturalistas y texturas ocultas. Anticipa gradualmente, en la medida que pinta, una oposición liminar en su composición y convicción naturalista: las fracturas separan fragmentos tanto como las coyunturas articulan partes en una especie de “organismo políptico”.
Abolido el tiempo en el que los pintores se afirmaban o eran afirmados por pertenecer a una vanguardia, Rizzo inmerso y paradojalmente ajeno a nuestro tiempo y marco cultural, no está atento al dictado de los saberes expertos.
Hoy saber pintar no resulta un requisito excluyente tras el mentado vuelco de las vanguardias y la mercantilización extrema. La actual prevalencia de lo conceptual hace que el autor de la idea ya no sea necesariamente el hacedor de la imagen y aunque el sentido es inevitable, Rizzo -como tantos aun- prefiere no partir de la convicción sino construir “su verdad” haciendo.
Su acto de pintar busca una sintaxis pura. Sabe que no es otra cosa que la irrupción del azar y su reducción, la afloración del inconsciente y su intervención en tanto interpretación plástica. Algo que inevitablemente lo pone al borde de un campo semántico que se apresura en conjurar antes de entrar en la denotación. En este juego Freudiano de “proceso primario” Rizzo intenta dar cuenta de las relaciones. Los términos que tales relaciones vinculan: “los nudos de la red”, quedan velados; pero no como en el cubismo con sus sincrónicos, diferentes puntos de vista: Rizzo cuenta con la construcción de la obra en la subjetividad del publico.
El encuentro del pintor con la materia sufre un primer clivaje cuando la metáfora se hace evidente “a veces me sorprende la irrupción de una cosa en sí y ahí la refuerzo o la tacho, pero finalmente sólo queda sugerida”.
En el agregado de manchas y trazos pulsa la forma, por eso el límite es el borde de lo que se irrealiza. Hay una docilidad a lo que ese agregado entraña, y al mismo tiempo un diálogo con la forma que lo encuadra sin ahogar.
Rizzo está convencido, por eso se propone ir más allá, que “los bordes no son los límites reales de las cosas” lo repite como consigna mientras alterna mirada y huella plástica.
Poéticamente su pintura pertenece al Vitalismo tal como Herbert Read lo definiera: previo a la búsqueda de la belleza, aunque llegue a poseerla. Un vitalismo sin representación? Es esto posible? No se trata de carencia de representación: lo representado se traslada a la sensibilidad clasificatoria del público: “El cuadro como todo lo dado es insuficiente; pertenece al mundo real y carece de un coeficiente de realidad propio. Sólo conocemos los datos a través de nuestros captos. Esta regla tan elemental como solapada aquí se hace más elocuente: “...la construcción última de la obra es asunto de cada subjetividad” insiste Rizzo que recuerda las enseñanzas de su maestro el antropólogo Héctor Blas Lahitte.
Si el autor no cede a su necesidad de nominar lo plasmado, lo hace sin embargo como público de su propia obra. "Una etiqueta precaria de uso personal". “En esa nube donde Ud. ve un rebaño de ovejas alguien puede ver una manada de lobos, o ambas cosas”.
Las nubes tienen ese movimiento real que las hace más graciosas. En las antípodas del arte metafísico u ontológico la pintura de Rizzo suele liberar la ilusión del movimiento, esta es su segunda forma de citar la arquitectura del tiempo. En el mismo sentido el nombre se presenta como una operación que no se confunde con el acto pictórico, sin embargo, no hay obra que no tenga un nombre. El juego que propone Rizzo es mirar apostando un pleno al ojo que mira: él nombrará la obra de modo inédito cada vez. La etiqueta está allí como rastro de una mirada primera separada de su obra, un rastro que se vuelve prescindible: "es mejor que las pinturas actúen sin anteponer su nombre" por eso el publico es invitado a ver primero el cuadro y después la etiqueta.
“Un Antropólogo que pinta” tituló un periódico italiano anunciando su muestra de Urbino en 1996. Pasaron 24 años, hoy Marcelo Rizzo es un pintor que construye su idiosincrático texto icónico. Alguien dijo que “el estilo es el hombre” aunque no lo denote: Su pintura sigue siendo un dejarse atrapar por lo que el logos no domina, gestando allí lo que se deja ver.
Después de todo que es antropología sino una imagen del hombre?
Fata Morgana *
Roma, Italia 2020.